martes, septiembre 19, 2006

Elefante

Elefante.

El viento soplaba en sus caras, eso era un buen indicio. Sabían que así, el elefante de grandes colmillos no podría olerlos. Se apresuraron y redoblaron la marcha. Eran sólo cuatro, el cazador inglés con su boer, y los dos empresarios franceses adinerados que habían pagado una buena cifra para realizar ese safari. El rumbo que seguían era hacia el río, se sabía que el macho seguía el camino del agua, los elefantes al igual que los camellos podían olerla desde una distancia de hasta cincuenta kilómetros. El viejo boer luego de tratar de hacerse entender y aportar sus conocimientos, aconsejó acortar camino vadeando el Mozambique y así encontrarse con el elefante justo antes de que llegue a las costas del río para beber. Llegaron antes de que cayese la tarde, el cielo se tornaba cada vez más gris, hacía tres meses que no llovía y era de prever que en cualquier momento sucedería. Se acomodaron detrás de un baobab confiando en la mala visión del elefante y esperaron. La majestuosa bestia se balanceaba como una mujer meciendo a su bebé, con sus grandes orejas se ventilaba y con sus grandes patas se acercaba cada vez más. La tensión subía, la adrenalina comenzaba a hacer efecto. Todos se quedaron quietos, sabían que el más mínimo movimiento espantaría al elefante, o lo que sería peor, los atacaría. Un elefante agresivo era muy peligroso y ellos se encontraban a una distancia demasiado corta para la velocidad del gran macho.
La víctima era un viejo macho de un peso considerablemente grande, y unos colmillos de aproximadamente dos metros de longitud. El boer lo había apodado el tuerto, por que tenía una gran herida sobre su ojo derecho, seguramente de batallas libradas con otros patriarcas. El cazador ingles hizo chasquir el casquillo de su escopeta, pero eso dio aviso al macho, que giró rápidamente y desplegó sus orejas de forma amenazante y comenzó a embestir. Ese era el momento, sabían que era un disparo frontal, un único disparo, de fallar corrían un gran peligro. El disparo fue completamente limpio. El elefante trató de embestir nuevamente cuando la bala entró en la sien. Se escuchó el impacto del proyectil rompiendo el hueso del animal. Se desplomó primero con sus patas delanteras, y apoyándose con sus marfiles amarillentos, quedó tumbado. Comenzó a llover y el cazador corrió rápidamente hacia su presa, disfrutando de la sensación de victoria, de dominio ante todo, del valor de esos colmillos de al menos setecientos kilos, del merecido descanso después de una jornada de trabajo.

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